jueves, 9 de mayo de 2024

Las Hojas de Mayo

 

Caminaba por la acera de la avenida 9 de Julio, una arteria comercial del este de la ciudad, rumbo a mi consultorio. Miré con atención el suelo donde las hojas bordeaux   de otoño de los ciruelos contrastaban con la nieve congelada de la nevada temprana del día anterior. Seguramente me llamó la atención el mini-paisaje ya que dichas hojas nunca contrastan con la nieve. Parecían una composición de Juan Lascano.

En junio, cuando empiezan las nevadas, los ciruelos ya están desnudos y recién estaba a principios de mayo.

El precoz manto blanco de la comarca me remontó súbitamente a una cifra exacta, cuarenta años atrás.

Llegué a San Carlos de Bariloche un 8 de mayo de 1984 como adelantado ya que mi señora vendría un mes después una vez concluidos sus trámites de desvinculación laboral.

Tras un accidentado viaje desde Viedma donde me matriculé como médico clínico llegué a destino tras un vuelo muy accidentado.

Al despegar en la primer escala en Neuquén a bordo de un viejo Fokker B27 biturbo hélice de LADE tuvo un severo inconveniente mecánico cuyo ruido metálico nos asustó a todos y tuvo que virar bruscamente  y volver a Neuquén.

Durante unos días tuve marcadas las uñas de la docente que estaba a mi lado que me clavó en el antebrazo al grito de “NOS MATAMOS”

Mientras despegábamos y en un violento viraje, el manto dorado otoñal del follaje de los Álamos de las chacras valletanas cubrieron las ventanillas del estribor del avión . Otro detalle paisajístico bello y atípico, aunque inoportuno por las circunstancias.

Tras un salvador aterrizaje pensé que era el momento de gritar ¡TIERRA ¡como un náufrago que llega a un islote en medio del Pacífico abrazado a un resto de madera.

Mi suegro me esperaba en el aeropuerto muy preocupado. Faltaban años para la telefonía celular por lo que tuvo que esperarme varias horas en la confitería.

Con apagones intermitentes llegamos al departamento con terribles ventarrones gélidos.

Si bien en la ciudad no había nieve, el cerro Otto y tras el lago los cerros de Cuyin Manzano estaban ampliamente nevados entremezclando los colores ígneos de las lengas y Ñires, la blancura de las cumbres nevadas, la perenne tintura verde de los Cipreses y Coihues  y el intenso tono del cielo ya despejado reflejándose en el lago   calmo ambos con un azul cerúleo esplendoroso.

Nada hacía sospechar lo que pasaría con el clima tan solo dos semanas después.

La nevada de 1984.

Volviendo al presente, cuatro décadas después, en la ventana de mi cuarto sigo el ciclo de un árbol que revivió desde que podaron el bosque de enormes Pinos que le tapó desde su nacimiento el sol del oeste.

 El árbol estaba inclinado hacia el este buscando vestigios de luz solar. Árbol bandera les dicen burlonamente desconociendo su sufrimiento. Su ciclo era simple, no tenia frutos y sólo algunas florcitas blancas, pero cuando el bosque de Pinos fue talado el árbol despertó.

                                    Como si hubiera recibido un tratamiento salvador, enderezó su tronco y sus ramas y el follaje feliz explotó. Esa misma primavera se llenó de flores y en el verano resulto ser un portentoso Guindo que nos llenó a nosotros y a  los Zorzales de agridulces y deliciosas guindas negras.                                                            

Ahora, en este otoño crudo, veo resistir sus hojas luego de las tormentas tempranas. Se está preparando, el bosque de Pinos ya no lo protegerá del gélido viento que llegará desde el Pacífico. Un mantel de hojas doradas descansa a sus pies fertilizando su propia tierra y la nieve precoz que lo protegerá de las crudas heladas de Julio.

Las hojas de mayo tienen muchas virtudes, no sólo como esponjas, sotobosque, alimento de insectos, conservación de la humedad, protección a distintos animales y a los ricos hongos de Pino.

Las doradas hojas, pese a estar en descomposición expulsadas por su madre, son inspiradoras de cientos de poemas de amor. Quizás por la nostalgia, por su belleza, acaso por ese aroma otoñal. Indolentes esperan por la lenta caída y el rastrillaje violento cumpliendo funciones hasta su final.

En mi jardín, el Roble, el Guindo, el Abedul, el Sauce Eléctrico y los Sorgus se visten de oro cada mayo pese a que es un preanuncio del despojo y que el sol andará escondido. El viento y el agua impúdicamente los castiga y desnuda.


Llegará luego otra etapa de brotes, brillos, mariposas, germinaciones y polenización dando vida  y bienestar a los parques , calles, bosques, insectos, aves y nidos que cotidianamente ignoramos con simples miradas en vez de soñar como lo hacía Jacques Prévert en su libro de poemas “Paroles” donde habla del otoño y el amor.

 

Las hojas muertas.

Oh, me gustaría tanto que recordaras Los días felices cuando éramos amigos...

En aquel tiempo la vida era más hermosa Y el sol brillaba más que hoy.

Las hojas muertas se recogen con un rastrillo...

¿Ves? No lo he olvidado...

Las hojas muertas se recogen con un rastrillo Los recuerdos y las penas, también.

Y el viento del norte se las lleva En la noche fría del olvido ¿Ves? No he olvidado la canción que tú me cantabas.

Es una canción que nos acerca Tú me amabas y yo te amaba Vivíamos juntos Tú, que me amabas, y yo, que te amaba...

Pero la vida separa a aquellos que se aman Silenciosamente sin hacer ruido Y el mar borra sobre la arena El paso de los amantes que se separan.

Las hojas muertas se recogen con un rastrillo.

Los recuerdos y las penas, también.

Pero mi amor, silencioso y fiel siempre sonríe y le agradece a la vida.

Yo te amaba, y eras tan linda...

¿Cómo crees que podría olvidarte?

En aquel tiempo la vida era más hermosa Y el sol brillaba más que hoy Eras mi más dulce amiga, mas no tengo sino recuerdos y la canción que tú me cantabas, ¡Siempre, siempre la recordaré!

 

Jacques Prévert

Perennes compitiendo con los Caducifolios , constancia y persistencia versus a colores, belleza  y cambios.




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